Por qué las porciones de pizza deberían seguir a 1€

Juvenilia
5 min readDec 9, 2022

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Inflación. El IPC interanual español alcanzó un pico del 10,8% en julio y, aunque las subidas de precios se han moderado desde entonces, la inflación en España (y en toda Europa, todo sea dicho) sigue muy por encima del 2% que el Banco Central Europeo marca como cifra razonable.

Bueno, esto probablemente no os diga nada. A mí no me dice mucho tampoco; cuando voy al supermercado noto que la leche o el aceite han subido muchísimo más que eso, también las raciones y menús de la mayoría de restaurantes, o el durum en cualquier kebap. Claro, que entiendo que hay muchas otras cosas que han subido menos que eso y por tanto se compensa. O no, yo qué sé.

Bien, lo que sí sé es que uno de mis mayores miedos cuando volví este noviembre a Madrid era que las rodajas de pizza que me solía comer cuando volvía a casa por la noche hubieran subido de precio y con un euro no bastara para comprarlas. Durante semanas evité pasar por delante del local; esquivaba esa calle y, si tenía que pasar forzosamente por allí, me cruzaba de acera o giraba la cabeza como una especie de loco para no tener que enfrentarme a la insólita, inasumible perspectiva de que las rodajas de pizza que tanto consuelo me daban cuando regresaba solo a casa (de la universidad o de donde fuera) pudieran valer más de un euro.

Claro, que llegó un día que simplemente no podía aguantar más. Eran las quince treinta, no había comido nada desde el desayuno, me quedaban como ocho minutos para llegar a casa andando (encima cuesta arriba) y el apetito natural de una circunstancia así se unía al hambre emocional y a la pura gula de una manera tan severa que simplemente sucumbí. Daba igual que me cobraran 1,10; 1,20 o 1,50: iba a ceder por fin. Igual que en el 100 Montaditos habían eliminado el domingo de 1€, yo podía ceder y pagar cincuenta céntimos más por una porción de pizza. No era ningún drama.

Había entrado de lleno en la fase de aceptación cuando entré a la pizzería (un local cutre donde el espacio reservado al cliente apenas llega a los ocho metros cuadrados) y no me lo creí: la rodaja de pizza carbonara, la de quesos y la de verduras seguían a un euro. Un euro. Un euro. Un euro. Un euro. 1€. 1€. 1€. 1€. La rodaja era sustancialmente más pequeña que antes de que me fuera de Madrid; en los últimos doce menses su tamaño se había reducido quizás a la mitad, pero el caso es que su precio seguía siendo de un euro. Fulfilling. Enriching. Life-saving. Pagué con tarjeta y el dependiente mal pagado que había ahí me la calentó en el microondas no más de treinta segundos. Me la comí de vuelta a casa; estaba bastante fría y ni siquiera me duró los ocho minutos que duraba el camino, sin poder paliar lo más mínimo el hambre que sentía y sin que tuviera absolutamente ningún efecto en la cantidad de comida que puse después en el plato en mi casa. Pero el mero hecho de tomarme una porción de pizza por un euro me reconfortó.

¿Por qué? Conozco a alguien que una vez me dijo que todos los días tenía que gastarse dinero en consumo propio medio culpable, ya fuera un café para llevar de camino al trabajo, una palmera de chocolate o una porción de pizza. Se gastara un euro, dos euros o tres, este consumo era siempre caprichoso y, como tal, egoísta; la palmera de chocolate, aparte de suponer una bomba calórica, nunca la compartía con nadie, tampoco el café que le dejaba taquicárdico y contribuía a alterarle el ritmo circadiano. Creo que mi obsesión con que la porción de pizza no valga más de un euro tiene que ver con eso: necesito incurrir de vez en cuando en un gasto culpable y egoísta, pero tengo que encontrar un equilibrio entre culpa y responsabilidad para evitar que dicho consumo se vuelva completamente autodestructivo. El equilibrio, como siempre, lo marcan las inalterables fuerzas del mercado, y el precio de 1€ se convierte en una auténtico fetiche, como lo era el euro del domingo en el 100mon o el 1x1 del McDonald’s antes de que subieran los precios. Consumir te hace participar del mundo, y quien no lo hace es un idiota a lo Silas Marner, una persona alejada de la sociedad completamente autista o desquiciada. Pero consumir demasiado merece una reprobación comparable; si el avaro se sale por defecto, el bohemio o derrochador lo hace por exceso. Es un gasto egoísta de 1€, literalmente un euro, lo que me hace sentirme despilfarrador y responsable al mismo tiempo, a la vez egoísta y generoso.

Así se comprende perfectamente por qué no me importó apenas que la pizza no me llenara, que fuera mucho más pequeña de lo que recordaba, que estuviera fría y que no me durara apenas tiempo en las manos ni en la boca. Lo que yo quería era sentirme consumidor — sentirme persona, en última instancia. Si la porción de pizza hubiera valido más de un euro, probablemente la habría comprado igual, pero dudo mucho que hubiera repetido; habría buscado un producto sustitutivo en forma de bolsa de patatas fritas, chuches o café para llevar, pues lo importante no es el tamaño ni la calidad de la pizza, sino el fetiche del euro, ese número perfecto que me mantiene vinculado a la sociedad de consumo, que sirve como objeto-a lacaniano, sustituyendo la falta de algo indefinible. Si la porción de pizza hubiera sido la mitad de grande de lo que era, me la habría comido igual; es más, si no hubiera habido ninguna pizza en absoluto, probablemente también me la habría pedido, pues lo importante no es nunca la luna sino el dedo: ese euro que señala la falta y que me permite seguir haciendo girar la rueda del sistema capitalista post-weberiano, donde el ahorro es importante pero no mucho, donde la inflación devora lo ahorrado pero no del todo, pues siempre puedes encontrar formas de ahorrar, pero, y esto es lo más importante, nunca puedes dejar de encontrar formas de consumir, ya sea consumiendo una bomba calórica y egoísta o consumiendo la pura nada. Que vivan las porciones de pizza a un euro. O, mejor dicho, que vivan los productos que valen un euro, sean los que sean.

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